Pero la vida le fué dada como "tarea", prueba necesaria para alcanzar la felicidad en la visión eterna de Dios; y esa tarea es -no podría ser de otro modo- amar, amar "al estilo de Dios", de Aquel de quien es imagen.
Del mismo modo en que un deportista modela su cuerpo repitiendo ejercicios físicos, que dejan en él un efecto inmanente, que dejan huella en su cuerpo, el ser humano "se edifica a sí mismo" amando, sirviendo a quienes estan al alcance de sus cuidados.
Esa donación total e incondicional, que tiene lugar en el matrimonio, supone un "salto en la realización", pues nos asemeja de un modo nuevo, y mas adecuado, a Dios como comunidad de Personas en su Unidad.
Por eso, la preparación para el amor, para la entrega personal, es un "trabajo" sobre nosotros mismos, orientado a conseguir la integridad, el autodominio, y a conocer lo que conviene a quienes queremos servir.
Este planteamiento resulta atractivo, sin duda, pero en la actual situación del hombre, sometido al imperio de la concupiscencia, se presenta como utópico...si nos proponemos conseguirlo con nuestras solas fuerzas.
La integridad y la libertad requerida para dar un sí definitivo, no son posibles sin la presencia operativa del Espiritu Santo en el alma: Él nos "recompone"( nos hace íntegros)-si le dejamos actuar- y nos aporta el Amor con el que podemos hacer efectiva la donación personal, el mismo Amor con el que Dios nos ama.
Podemos afirmar que Dios, al asumir nuestra vida como propia, lo pone todo de su parte para que podamos "amar a lo divino", y así ser acogidos -como hijos adoptivos- en el seno de su Santísima Trinidad.