Bienvenidos a mi blog

La razón de incluir este blog en una web de formación como es identidadymision.com es crear una ocasión continuada de expresar ideas, y de compartir experiencias, que como ser humano, como amigo, como padre, y -en todo caso- como cristiano, he adquirido y acumulado a lo largo de una vida que empieza a ser... dilatada en el tiempo.

¡Ojalá, pueda lograr ese objetivo!

INDICE TEMÁTICO DEL BLOG, CON ENLACES A LAS ENTRADAS, Y ORIENTACIÓN SOBRE SU CONTENIDO...


jueves, 17 de mayo de 2012

¿QUÉ HAY DE REAL EN EL "MAL DE OJO"?

 Hace unos días cayó en mi mano un artículo que me dió que pensar...,se trataba de un trabajo de Juan Cruz Cruz,  publicado en arvo.net., en el que se habla de la envidia como raiz del odio, y en el que se hace referencia al "mal de ojo".
No me he resistido a reproducir algunas de sus ideas principales,  tratando de  hacer asequible su contenido.

"LA ENVIDIA COMO RAIZ DEL ODIO "  

La envidia es considerada por Santo Tomás de Aquino como una de las raíces del odio, siendo, desde el punto de vista fenomenológico, como una "mirada fascinante".
 La fascinación, según el diccionario, es la acción de «aojar», de emitir un mal a través de los ojos.

 ¿Hay  gentes que emiten maldad a través de sus ojos?

¿Hay personas que, con su mirada maléfica,  pueden influir negativamente en otros, o en las cosas que se relacionan con ellos?... este es en síntesis el problema de la "fascinación".


 En nuestras sociedad  existe  una creencia inconsciente en una fuerza oculta,  de la que disponen algunos hombres, que emitida por los ojos perjudica a otras personas en su salud o en sus  bienes, impidiendoles su felicidad en esta vida.


 Esa "fuerza"  tendría la propiedad de dañar, o consumir las cosas sobre las cuales se  clavan  las pupilas;  descargarían sobre lo que miran una "sustancia invisible", a semejanza del veneno de las serpientes.


Cuenta Plutarco que Eutélidas tenía tanto poder negativo en sus pupilas que podía dañarse a sí mismo con sólo mirarse al espejo; ese poder fue llamado por los latinos fascinum (de ahí nuestra palabra fascinación), que en castellano también se llama aojo, o "mal de ojo".
Cuando el «aojador» encuentra una cosa viva y hermosa, lanza contra ella la luz envenenada de sus ojos, la hace languidecer paulatinamente, o incluso la destruye al instante.
A aquél sobre quien ha recaído el mal de ojo no podrá ya salirle bien ninguna tarea, ningún proyecto: lo que emprenda o realice acabará saltando en mil pedazos; hasta su futuro  queda amenazado.


 Los «fascinadores» suelen tener aspectos contrahechos, o mostrar una fealdad física, especialmente en la apariencia facial, la que entra por los ojos, y el daño  causado por del fascinador es 
" provocado" por las «cualidades» de otros, que son estimadas como negativas, aprehendidas como un mal  y, por tanto, motivo de aversión u odio.


 ¿Pero qué cualidades son estimadas aquí como «negativas» y provocadoras de la reacción maléfica de la «fascinación»,las buenas o las malas?:  aunque parezca mentira, normalmente son las buenas.


 Lo "negativo y provocador" es la inteligencia, la belleza, las cualidades, el bienestar que se ve, por ejemplo, en una persona; por tanto ser inteligente, estar muy capacitado o lleno de cualidades físicas, psíquicas y sociales es un factor provocador, atrae el «mal de ojo» del «fascinador».


Salta a la vista que el fascinador está atormentado en su interior por un sentimiento de odio especial, provocado por la envidia, la cual no es otra cosa que la tristeza o el pesar del bien y de la felicidad del otro.


 Envidia, etimológicamente, viene del verbo latino videre que indica la acción de ver por los ojos, y de la partícula in; de modo que invidere significa mirar con malos ojos, proyectar sobre el otro el mal de ojo.


De este modo se erige la envidia en raíz o madre del odio a la persona, especialmente las próximas: invidia est mater odii, primo ad proximum, decía Santo Tomás.

  La envidia, entre los griegos, era representada como una mujer con la cabeza erizada de serpientes y la mirada torcida y sombría; su extraña mirada, junto con su tinte cetrino, tienen una explicación fisiológica, pues en el acto de envidiar sufre el hombre una reacción cardiovascular,  por estimulación simpática,  que  puede acabar produciendo lesiones viscerales microscópicas, al dificultar la irrigación sanguínea.
 La cabeza coronada de serpientes era símbolo de sus perversas ideas; en cada mano llevaba un reptil, uno que inoculaba el veneno a la gente, otro que se mordía la cola, simbolizando con ello el daño que el envidioso se hace a sí mismo.
La envidia,  de este modo, es el único pecado capital en que el que lo comete...lo pasa mal, al tiempo que hace el mal.


 La filosofía clásica  describió seis características en el «envidioso»:
Primero, al «envidioso» le produce pesar o descontento el bienestar y la fortuna de los demás, en cuanto considera que disminuyen su gloria personal; ve los bienes del otro, pero no  las privaciones y sufrimientos que ha tenido que  afrontar para conseguirlos. 

Segundo, el envidioso es una persona próxima al provocador, cercano  y de parecida fortuna.  No se puede envidiar a un Rockefeller, pero sí  al charcutero del  barrio, que se está enriqueciendo.
  
La gran desigualdad provoca admiración, mientras que la desigualdad mínima provoca envidia y ojeriza. 

 El estudiante que se dirige a pie desde su barrio a la Universidad, odia solo un poquito al compañero que va montado en un modesto automóvil; pero el dueño de ese automóvil se muere de envidia cuando es adelantado por un vehículo deslumbrante y de afamada marca. 

A veces lo envidiado es igual o parecido a lo que el envidioso tiene; pero la imaginación inconscientemente lo deforma, lo agranda. Por eso dice el refrán que el envidioso hace de los mosquitos elefantes. 

Tercero, lo que al envidioso le molesta no son tanto los valores materiales del otro, sus cosas, cuanto la persona misma poseedora de esos valores , al  sentir el bien del otro como mal propio, experimenta un odio  profundo a la persona que tiene ese bien;  por eso dirige contra él  su carga agresiva, queriendo anularlo: no pretende obtener sus bienes, sino destruirlos y, a ser posible, destruirlo a él también.

 Su envidia es sádica; viene a decir: si yo no puedo tener eso, haré que no lo tengas tú". 

Cuarto, cuanto más favores, atenciones o regalos haga el provocador al fascinador, más fuerte será en éste el deseo de eliminarlo, pues la dádiva le recordará siempre que él está  por debajo.   


Quinto, como la mayoría de las veces el fascinador no puede destruir al otro, y  no puede soportar la idea de que le sobrevivan las personas afortunadas, dirige contra sí mismo la otra parte de ese odio agresivo: no sólo quiere destruir al otro, sino destruirse a sí mismo; su lema será: «prefiero morirme antes que verte feliz!»,  de ahí que digamos que alguien "se muere de envidia". 

Sexto, el fascinador nunca descansa: ni siquiera la expropiación forzosa  del otro,  logra apagar su envidia. Por eso, "si la envidia fuese fiebre, todo el mundo habría muerto", dice el refrán. 

 El triste tema del mal de ojo exige una última reflexión.


¿Quién está detras de todo ese daño gratuito?, ¿quién es el "envidioso" por excelencia?, pues no es otro que Satanás: consciente de su elevada perfección no pudo "soportar" el verse "obligado" a adorar a un Hombre, a Dios-hecho-hombre, y empeñó todo su poder en tratar de destruirlo; desde entonces, y a pesar de haber sido derrotado, lo suyo es engañar...y hacer daño.
¡Desde el principio es un homicida !

 Quien arde en envidia, puede convertirse -habitualmente sin  ser consciente de ello- en un  cómplice del maligno, que "lo usa" como instrumento en su incansable afan de destruir.

De ningún otro puede proceder un poder malefico semejante.



La conclusión resulta clara: el mal de ojo  existe, no es fruto de la imaginación de mentes malpensadas, y esa  "fascinación" que lo causa no es otra cosa que una verdadera mirada...diabólica.

Por último reproduzco unas palabras de Gabriele Amorth, el exorcista  del Vaticano, acerca del  mal de ojo:

El mal de ojo consiste en un maleficio hecho por una persona por medio de la mirada. No se trata, como algunos creen, del hecho de que ciertas personas te traigan mala suerte si te miran con ojos bizcos; esto son historias.
El mal de ojo es un verdadero maleficio: supone la intención de perjudicar a una determinada persona con la intervención del demonio.
 Lo que tiene de particular es el medio usado para llevar a término la nefasta obra: la mirada.
He tenido pocos casos y no del todo claros; o sea que era evidente el efecto maléfico, pero no lo era igualmente su artífice y tampoco que, como medio, bastase una simple mirada. Aprovecho la ocasión para decir que muchas veces no se llega a conocer al artífice del maleficio y ni siquiera cómo ha empezado el mal.
 Lo importante es que la persona afectada no esté sospechando de éste o aquél, sino que perdone de corazón y ruegue por quien le ha hecho el mal, sea quien fuere".

Y eso porque, en su Sabiduría, Dios hace que ese "daño sufrido"pueda suponer para la víctima...un gran bien:
¡ también el Diablo está obligado a servir a Dios!.