Semanas atrás había intervenido quirúrgicamente a un paciente, que lo estaba pasando muy mal, cuyo nombre era Librado. La operación tuvo mucho éxito, por lo que su agradecimiento era manifiesto.
Supo Librado que yo pasaría unos días en Granada, y como su pueblo estaba de paso obligado en mi viaje ...., me llamó rogándome que hiciera una parada para saludarle y así poder presentarme a su familia...
Atendí a su ruego, y a la hora convenida...allí estaba esperándome.
Me llevó a su casa, y despues de conocer a los suyos...me sorprendió con un regalo inesperado: un cabrito, para compartirlo con mi familia en esos días...
Hasta aquí todo perfecto...., pero surgió un problema..., el cabrito estaba ¡vivo!, ¿cómo "acomodarlo" en el coche?...., no me resultaba tan fácil aceptar el regalo...
Aquel presente me dió que pensar..., y es que hay regalos que comprometen.
El REGALO por excelencia es el mismo DIOS, que se nos ofrece en un gesto inefable de amor:"¡ Si conociéras el Don de Dios!, dijo Jesús a la samaritana...(Jn 4, 5-42). Su decisión de dársenos, de compartir su Vida Eterna con cada uno de nosotros, es firme, y no cesa ni siquiera cuando le ignoramos, le despreciamos o le rechazamos.
Esa "actitud estable", que denota una humildad desconcertante en todo un Dios, y un amor incondicional, que antepone nuestro bien a su honra...,es expresión clara de su misericordia.
PER-DONAR supone -así lo entiendo yo-una "determinada determinación"-en expresión de Santa Teresa de Jesús- de darse, de "donarse"...incluso a quien no quiere aceptarte, a quien positivamente te rechaza.
Sin embargo esa disposición de entrega generosa de Dios...no es suficiente para que podamos poseerle..., ES IMPRESCINDIBLE ACEPTAR SU REGALO", sólo entonces podemos considerarlo "nuestro", y llamarle "Dios mío".
Muchos cristianos, en un gesto de presunción, viven convencidos de que...por graves que sean sus ofensas, al final, Dios "pasará por alto" sus pecados y les dejará entrar en el Cielo ...aunque tengan que ocupar el último lugar en el Purgatorio....
Sólo saldando nuestra deuda con Dios..., por medio del Sacramento de la alegría- así llamaba San Josemaría a la Confesión-, nos disponemos a acoger su Don inefable.
No debemos olvidar que Dios, que no nos pidió permiso para otorgarnos el don de la vida, no nos impone la obligación de aceptarle; Él es radicalmente consecuente con su "arriesgada decisión" de dotarnos de un rasgo propio de su divinidad, la libertad, decisión arriesgada porque se exponía a perdernos.
El que todo lo puede...se ve condicionado, nada puede el que lo puede todo.
¡ES PARA TOMÁRSELO MUY EN SERIO!
Ese REGALO, que está muy por encima de todo cálculo humano, debe ser aceptado...a cambio de la vida temporal.
Cada uno tiene que sopesar lo que tiene a su alcance...y lo que cuesta conseguirlo, y después aceptar o rechazar el Don de Dios...con todas sus consecuencias.