Bien es sabido que cuando en un niño predomina la visión por uno de los ojos, el otro corre el peligro de quedar “anulado”; no es que esté enfermo sino que deja de funcionar, no se ve por él… es despreciada la imagen que ofrece.
Cuando esto ocurre, el tratamiento está claro: es preciso tapar el ojo que “se ha impuesto” sobre el otro, para que el que había dejado de trabajar recupere protagonismo. Y así sucede, al ser usado de nuevo ese ojo recupera su función normal.
Algo semejante pasa con la Fe.
Para muchos, tener fe es aceptar algunas "verdades", que a menudo no se imponen al entendimiento.
Y son, precisamente las personas que pretenden ser más coherentes, las que no quieren traicionar su razón, las que acaban por abandonar sus “creencias”, por considerarlas propias de niños o de gente crédula.
El problema es que no han entendido bien lo que es la Fe.
No se creen esas verdades por su propio brillo, sino por la credibilidad de Quien nos las dice: entonces las aceptamos; incluso cuando , superan nuestra capacidad de comprensión.
Esa es la clave para abordar los problemas de Fe.
Tener fe es como tener ojos en el alma; unos ojos que nos permiten contemplar la realidad “como la ve Dios”; de algún modo es mirar a través de los ojos de Dios.
¿Pero acaso eso no es una utopía?,¡ pienso que no lo es!
Trataré de explicarlo.
Lo que muchos no saben es que con el Bautismo se nos injerta en un “sujeto multipersonal” muy singular, entramos a formar parte, como miembros vivos, del Cuerpo de Jesucristo. Y en ese Cuerpo somos revitalizados por su Espíritu, que no es otro que el Espíritu santo.
Dicho de otro modo, se ha producido un “salto ontológico", pasamos a ser hijos adoptivos de Dios, nuevas criaturas, de algun modo "nos divinizamos".
Participamos de la relación eterna por la que Dios Padre engendra al Hijo; se nos “inocula” -por decirlo de algún modo- un genoma divino, que al desplegarse nos transforma en el mismo Jesucristo; bien podemos decir que “en potencia”… ya somos Cristo.
Estamos hablando de participar de la misma naturaleza de Dios, y la naturaleza no es otra cosa que la esencia como principio de operaciones.
Quiere esto decir que “hacemos nuestras” las Potencias de Dios: su Capacidad de entender y su Capacidad de amar; en esto consisten la Fe y la Caridad: podemos “ver lo que ve Él”… y amar con su mismo Corazón.
Pero también podemos dejar de usar “esa facultad”, anularla, como anula un niño el ojo que no usa, y conformarnos con la perspectiva que nos ofrece nuestra visión humana, tantas veces condicionada por una voluntad enfermiza; podemos incluso abdicar de la razón y limitarnos a valorar como cierto sólo aquello que podamos percibir por los sentidos.
En palabras sencillas, el que está convencido de haber perdido la Fe, debería más bien pensar… que ha dejado de usarla.
La Fe no se pierde así como así, como no se pierde un ojo si no es por una grave enfermedad o una grave lesión.
La solución para esta “falta de Fe” está en anteponerla a la visión humana, de modo que los ojos del alma tomen la iniciativa, y así “vivamos de Fe”, el lo que suele llamarse la "obediencia de la Fe".
El problema de quienes creen haber perdido la Fe, es por tanto un problema de tipo moral; han elegido, conscientemente, como punto de referencia para sus vidas, la razón, y todo lo pasan por ese filtro: lo que ven razonable, lo aceptan como verdad, lo que consideran incomprensible… lo desechan.
De este modo, muchos de los que viven convencidos de “tener fe”… no la tienen "activada", porque el motivo de su asentimiento no es la credibilidad de Quien les propone la verdad, sino su juicio personal.
¿A quién creer?, ¿por qué creer?, ¿qué creer?
A esas cuestiones responderemos en una próxima entrada
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