El tema del amor, divino y humano, es una constante en este Blog, sencillamente porque es el centro de gravedad de mi vida.
No podría ser de otro modo, si tenemos en cuenta que es un elemento constitutivo de nuestra esencia.
Sin embargo me veo en la necesidad de corregir esa “definición” del hombre.
Si somos una “réplica contingente” de Dios, y Dios es amor, también lo nuestro debe ser amar.
Fuimos creados por amor y para amar, esa es la tarea que nos realiza.
Hace unos días incluimos una idea en Twitter que puede centrar nuestra reflexión de hoy.
Ese comentario, que en principio se refería a nuestro trato con Dios, bien puede ser aplicado al amor humano: si a Dios se le conquista entregándose a Él, ¿cómo deberíamos conquistar el amor humano? ¿Asediando … o respetando?
En el amor, como en las monedas, se distinguen dos caras: el “eros” y el “ágape”.
Quien así ama sale de sí mismo y -de algún modo- “se hace el otro”, asumiendo como propias sus necesidades, sus problemas y sus aspiraciones, en una palabra, su vida.
Quien entiende que enamorar a otro se logra mediante un plan de caza y captura, no ha entendido lo que es el amor, porque ese empeño por conquistar parece amor… pero es egoísmo.
Para enamorar a alguien el camino es muy distinto.
En el fondo no ama, porque no busca el bien del amado sino la satisfacción personal.
Quien se ha hecho esclavo de sus deseos está incapacitado para amar, porque si amar es dar y darse, y nadie da lo que no tiene…
¿Cómo podría entregarse, sin ser dueño de sí?
Esa falsificación del amor no solo no es edificante, sino que es destructiva, pervierte el amor.
Y es que no debemos confundir la “tormenta de sentimientos” que acompañan al amor… con el amor mismo.
Si quieres valorar la calidad de tu amor pregúntate: ¿trato de hacer feliz a quien “amo”, o estoy persiguiendo mi propia felicidad?
No hay comentarios:
Publicar un comentario